Por Carlos Dzul
Originario de Ciudad de México y fanático de Star Wars (es dueño de una colección de aproximadamente 8 mil objetos relacionados con la franquicia) Alexander Tovar es uno de los tatuadores más buscados por la banda tabasqueña, y nos dejó entrar en su estudio privado, para compartirnos algunas de sus experiencias. Acá los highlights:
Dibujo
Yo dibujo desde que tengo uso de razón. Había una tía que desde chiquito me impulsó a pintar. Me regalaba caballetes, lienzos, acuarelas. Para mí eso era lo más chido, que me dieran un paquetón así, con gomas y colores. En la escuela hice periódicos murales, ganaba concursitos de dibujo. Siempre me distinguí por eso, por dibujar.
Abuelo
Mi abuelo trabajó muchos años en Novedades Editores. Él y sus amigos trabajaban haciendo cómics. El Libro Vaquero, Kalimán, esas ondas. En su biblioteca tenía libros de Frank Frazetta, Boris Vallejo, Miguel Ángel. Un día le dije: enséñame a sombrear. Y me hizo ver un libro grande, la Divina Comedia, con las ilustraciones de Gustave Doré.
Primeros tatuajes
El primer tatuaje que hice fue una máscara del dios del odio, cuando tenía doce años, en el brazo de un amigo de mi abuelo. Un señor de unos cincuenta años de edad. Eduardo Velazco, se llamaba. Fue una inspiración para mí. Era un tipo que había viajado mucho, en su casa tenía una cabeza de oso, artesanías africanas; ir allí era como estar en un museo. Él me enseñó una máquina antigua de tatuar, como de los años cincuentas o sesentas, y me explicó de qué manera funcionaba.
A la semana de hacerle el tatuaje de la máscara, yo me hice otro, en el trasero. Una calavera de cabello largo, con rosas alrededor. Una onda californiana. Un vato de la colonia me lo hizo. Te estoy hablando del año 85, antes del terremoto.
Más tarde, cuando tenía unos 16, 17 años, comencé a ver esto como algo redituable. Me compré un set de plumones y hacía 'tatuajes' temporales; luego descubrí que alguien más estaba haciendo tatuajes permanentes, encima de mis dibujos. Uno de ellos era El Pájaro, un wey ambidiestro, que se tatuaba él mismo. Tú lo veías y tenía pinta de estilista, pero estaba todo tatuado. Le dije: quiero que me rayes. Fuimos a una combi, me limpio con una franela y me hizo una gárgola, una imagen que había tomado de un cómic muy viejo que tenía mi abuelo. Vi cómo lo hacía y aprendí. Después conseguí un motor de carrito, me armé una máquina y empecé a tatuar yo mismo a la banda de mi colonia, y a vatos de otras colonias que venían conmigo. Empecé a ganar lana y a tener una reputación, así, tatuando clandestinamente.
La clandestinidad
El tatuaje cuando yo empecé era algo superprohibido. Te hablo de la Ciudad de México, en los noventas. No había máquinas ni revistas, no había internet, no había nada. Era una actividad totalmente ilegal. Para tatuarte ibas a Tepito, lugares así. Yo estudiaba en una escuela de la UNAM y me vestía bien, pero tenía un tatuaje visible y eso era suficiente para que la policía te diera una madriza y te quitara tu dinero. ¡Qué te crees para andarte marcando, no eres un pinche animal!, te decían. Los que empezamos el tatuaje en México yo siempre digo que éramos como jedis. Construimos nuestro propio equipo. No sabíamos mucho pero nos dejábamos llevar por la intuición.
El oficio
Cuando acabé la preparatoria le dije a mis jefes: la carrera que quiero estudiar no existe. Ellos agarraron la onda. Si el diseño gráfico hubiera sido lo que es ahora, sin duda hubiera estudiado eso. Pero no existía y me metí a un periódico, aquí en Villahermosa, el Sureste de Tabasco. Yo no había tocado nunca una computadora pero en dos meses ya dominaba el Ilustrator y Photoshop. Soy un wey que aprende muy rápido. Después me fui a Ciudad Juárez. Trabajé en una revista en El Paso, Texas. Volví a Tabasco. Estuve un rato así, trabajando en periódicos. Llegué a ser jefe, de ilustración y fotoarte. Pero no me sentía completo, me daba flojera levantarme para ir a trabajar. Pensaba: qué estoy haciendo. Así que lo dejé y me puse a tatuar más. Me fui a Italia, me invitaron. Estuve cuatro, cinco meses allá. En el estudio donde trabajé, en el área de tatuaje, se ponía música clásica nada más. Tienen un concepto del arte bien diferente, allá. No hay rivalidades entre los artistas. Cada quien tiene una percepción diferente y uno no siente envidia de los demás, al contrario, los admira. Acá en México hay más un rollo de competencia, de a ver quién es el más chingón.
Austin
Haz de cuenta que de 20 tatuadores cabrones que hay en el mundo, 10 son gringos y 5 viven en Austin. Yo llegué a la Calle 6, la más alocada de toda la ciudad, a un estudio abierto en donde cualquiera podía entrar sin cita. Había un montón de antros, a diestra y siniestra. Era un mar de gente borracha. Entonces yo vengo, de toda la calma de Italia, y me toca iniciar en Austin con el Biker Rally, que es la segunda reunión de bikers más grande de EU. Llegan como 40 mil motociclistas y se llenan todas las calles. Imagínate a esos cuates, barbones y sucios del viaje, haciéndose tatuajes de brazaletes, y en el estudio sonando puro death metal. Recuerdo que a las once de la noche me salí a llorar porque no podía más con la presión. Pero al día siguiente, cuando vi el dinero que había ganado, se me olvidó todo.
En los cuatro años que estuve allí pude convivir con 70 o 90 tatuadores de todas partes del mundo, que llegaban por quince días, un mes. Conocí a un madrero de mis ídolos. Jason Brooks, Animal Montgomery, Chris Treviño... Fue muy chido conocer a esos cabrones. Me ayudó mucho a desarrollarme como artista. No eran mamones ni envidiosos. Asábamos carnes los domingos. Sacaban lienzos y nos poníamos a dibujar. Hacíamos fusiones de arte bien chidas. Eso en México no lo hacen. Aquí en Villahermosa, menos.
Chris Treviño
Es un dios del tatuaje. Lo mínimo que te hace ese cabrón es una manga. Lo conocí en una convención y es el tipo más adorable y más chido que te puedas imaginar.
El primer día que llegué a Austin salí a buscarlo. Yo lo único que sabía era que su estudio quedaba en la calle Guadalupe, que cruza toda la ciudad. Pues recorrí 53 cuadras, de las de Estados Unidos, que son enormes, y había llegado a un punto en donde estaba todo despoblado, cuando alcanzo a ver, en el crepúsculo, una pinche casita con este letrero: Perfection Tattoo. El estudio de ese cuate. Fue como llegar a El Dorado. Entro y en ese momento no estaba Chris. Pero estaba Bob Mureau, el maestro de Chris, que me regaló unas tintas y una playera. Imagínate.
New Generations
El tatuador mexicano de la vieja escuela, por sus mismas bases, debe ser muy versátil. El tatuador moderno puede darse el lujo de tener un estilo. Si le gusta el realismo, o lo tribal, se clava en eso y ya. Los tatuadores viejos no tuvimos ese rollo. Hacías la estrellita, o la florecita, o lo que sea que te pidieran, porque si no, no comías. No podíamos ponernos nuestros moños. Yo admiro a los tatuadores que tienen un estilo, aunque para mí, tenerlo sería desesperante. Yo soy ecléctico, un intérprete de sueños. Y cada sueño es distinto. Manejo líneas desde la 3 hasta la 11. Tengo máquinas para cada cosa. Para línea, sombreado, para color oscuro, para colores claros.
Ahorita hay un madrero de chavitos de 22 años que ya son unas malditas reatas tatuando. Eso tiene una lógica. Hoy compras una máquina de tatuar en cualquier tienda. Venden agujas, venden de todo. Hay mil tutoriales en internet y puedes contactar a los artistas directamente en Instagram. Nosotros no tuvimos nada de eso.
El tatuaje en Tabasco
Aquí hay muy buenos artistas. A mí me ha tocado ver el desarrollo de todos, a pesar de que no haya una amistad tan estrecha entre nosotros, porque ninguno tiene tiempo de socializar: Guti Balam, El Tepi, Monkey, Rusell, Tamara, Sansón. Hay varios.
No tatúo de todo
Retratos no hago, porque no estoy especializado en ello. Mejor te mando con alguien que sí es chido en eso. No hago pornografía ni palabras altisonantes ni ninguna cosa que pueda ser ofensiva para alguna religión. Aunque yo no crea en la virgen de Guadalupe, nunca te voy a hacer una virgen en ligueros o desnuda, ni te voy a hacer un Cristo con un pito.
Recuerdo que una vez llegó un chavo, a quien se le había muerto su papá, y me dice, llorando: quiero tatuarme una lápida con su nombre y flores y… Le dije: cállate, cabrón. Y le expliqué que los tatuajes dedicados a personas que ya no están en este plano terrenal, deben ser un homenaje a su vida, nunca un recuerdo de su muerte. Le pregunté: ¿cuál es el recuerdo más chingón que tienes de tu papá? Me dijo: pues cuando me llevó a conocer el mar. Pues allí está, le dije, y le diseñé un escudo con el nombre de su papá, y el mar, y la silueta de ambos, tomados de la mano. Debes hacer imágenes agradables de las cuales nunca de arrepientas.
En conclusión
Mucha gente me tacha de mamón: pinche vato, no contesta los mensajes. Pero quienes me conocen saben cuál es la verdad. Estoy un punto en mi vida en que no me hace falta nada. Y tengo los pies bien puestos en la tierra. Me dicen por qué no te compras un carro, y les respondo que no lo necesito. Si me comprara uno sería un Camaro, un Mustang, y esos carros son para tenerlos guardados. No soy creyente. No tengo tele. Vivo con mi novia. Llevo una pinche vida muy rélax. Estoy en paz conmigo mismo.
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